Un amigo me hizo esa pregunta en una ocasión. En ese momento respondí que era injusto, mas la pregunta se me quedó dentro, como si fuera una dura semilla que hay que rumiar despacio para sacarle el jugo.
El ambiente social y democrático vigente nos imbuye que todos somos iguales, y esa sugestión fue la responsable de la respuesta que entonces di. Pero es que en realidad todos somos distintos. Es más, sí se encontrara la manera justa de que los votos electivos tuvieran distinto peso según el valor de quien lo ejerce, esa sería la perfecta democracia; ya que no debería ser igual de eficaz la elección de gobernantes que hace un ciudadano antisocial que la de un amante del bien común, tal y como sucede ahora, pues la del segundo debería valer, por ejemplo, diez veces más que la del primero. Como nos es imposible tasar los valores de las personas es por lo que —como mal menor— el voto de todos vale lo mismo. Pero eso no implica que todos seamos iguales.
Volviendo a la pregunta que da origen a estas disquisiciones, mi respuesta ahora es la siguiente:
Sólo considero justo que mi jefe gane diez veces más que yo si la suma de la riqueza que le genera a la empresa, más el número de familias a las que él da de comer, más sus responsabilidades laborales, más su dedicación al trabajo, sean en total —por lo menos— diez veces superiores a las mías.