miércoles, 22 de noviembre de 2006

Censar Y Curar A Los Perturbadores De La Convivencia

Esta mañana un joven de unos veinte años paseaba a su perro, un Yorksire. Lo llevaba con correa y pegado a la pared. Y una mujer de unos 60, que iba en sentido contrario al suyo, le increpa para que se aparten de su camino «ya que no tengo yo porque desviarme». El chico le contesta que la calle es de todos y no se mueve. Ante la perseverante firmeza de él, la peleona da un paso a un lado y los rebasa. Entonces se vuelve y suelta varios improperios como que deberían prohibir los perros por la calle, que la gente tiene muy poca educación y algún otro más, hasta que el muchacho le sale con que «usted es gilipollas y como siga así le voy a dar un par de hostias», lo que fue mano de santo para hacerla callar y que se alejara a toda prisa.

Cuando eso sucedía yo me encontraba en la acera de enfrente hablando con la dueña de la frutería de la que acababa de salir. Ella me contó que esa mujer era una vecina suya con quien la convivencia es imposible. Estaba de bronca permanente con su familia hasta que su marido la abandonó, y sus hijos se marcharon con el padre, y ninguno de sus vecinos le hablan, y no hace compras en las tiendas cercanas porque se ha enemistado con todos sus dependientes, y no tolera que fumen al lado suyo mientras espera cruzar la calle, y se mete con los que pasean perros y…

Opino —continuó la frutera— que este tipo de personas, antisociales y constantemente perturbadoras de la convivencia, deberían ser censadas y tratadas psicológicamente porque a lo largo de su vida trastornan a miles de personas.

Y yo también creo que debería ser así.

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