jueves, 23 de noviembre de 2006

¿Consideras Justo Que Tu Jefe Gane Diez Veces Más Que Tú?

Un amigo me hizo esa pregunta en una ocasión. En ese momento respondí que era injusto, mas la pregunta se me quedó dentro, como si fuera una dura semilla que hay que rumiar despacio para sacarle el jugo.

El ambiente social y democrático vigente nos imbuye que todos somos iguales, y esa sugestión fue la responsable de la respuesta que entonces di. Pero es que en realidad todos somos distintos. Es más, sí se encontrara la manera justa de que los votos electivos tuvieran distinto peso según el valor de quien lo ejerce, esa sería la perfecta democracia; ya que no debería ser igual de eficaz la elección de gobernantes que hace un ciudadano antisocial que la de un amante del bien común, tal y como sucede ahora, pues la del segundo debería valer, por ejemplo, diez veces más que la del primero. Como nos es imposible tasar los valores de las personas es por lo que —como mal menor— el voto de todos vale lo mismo. Pero eso no implica que todos seamos iguales.

Volviendo a la pregunta que da origen a estas disquisiciones, mi respuesta ahora es la siguiente:

Sólo considero justo que mi jefe gane diez veces más que yo si la suma de la riqueza que le genera a la empresa, más el número de familias a las que él da de comer, más sus responsabilidades laborales, más su dedicación al trabajo, sean en total —por lo menos— diez veces superiores a las mías.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Censar Y Curar A Los Perturbadores De La Convivencia

Esta mañana un joven de unos veinte años paseaba a su perro, un Yorksire. Lo llevaba con correa y pegado a la pared. Y una mujer de unos 60, que iba en sentido contrario al suyo, le increpa para que se aparten de su camino «ya que no tengo yo porque desviarme». El chico le contesta que la calle es de todos y no se mueve. Ante la perseverante firmeza de él, la peleona da un paso a un lado y los rebasa. Entonces se vuelve y suelta varios improperios como que deberían prohibir los perros por la calle, que la gente tiene muy poca educación y algún otro más, hasta que el muchacho le sale con que «usted es gilipollas y como siga así le voy a dar un par de hostias», lo que fue mano de santo para hacerla callar y que se alejara a toda prisa.

Cuando eso sucedía yo me encontraba en la acera de enfrente hablando con la dueña de la frutería de la que acababa de salir. Ella me contó que esa mujer era una vecina suya con quien la convivencia es imposible. Estaba de bronca permanente con su familia hasta que su marido la abandonó, y sus hijos se marcharon con el padre, y ninguno de sus vecinos le hablan, y no hace compras en las tiendas cercanas porque se ha enemistado con todos sus dependientes, y no tolera que fumen al lado suyo mientras espera cruzar la calle, y se mete con los que pasean perros y…

Opino —continuó la frutera— que este tipo de personas, antisociales y constantemente perturbadoras de la convivencia, deberían ser censadas y tratadas psicológicamente porque a lo largo de su vida trastornan a miles de personas.

Y yo también creo que debería ser así.

martes, 21 de noviembre de 2006

¿Deberían Votar Los Niños?

Leo en un Blog la defensa de una ley que permita a los niños votar. Y esta ha sido mi respuesta:

Para que los niños decidan en lo que les afecta no es preciso que tengan que elegir a sus gobernantes, basta con aprobar una ley que contemple el que sean oídos y tengan poder sobre los temas que son de su incumbencia.

Dejar que los niños voten a los gobernantes de todos es un canto a la irracionalidad. Para realizar un contrato se precisa madurez intelectual y volitiva, por eso los niños no los pueden firmar. Y la misma incapacidad existe para el caso de votar a quienes nos mandan.

A los políticos les encanta manipular a los electores, y por ello su mayor bendición sería conseguir que los niños voten.

Sí se aprueba que los niños vayan a las urnas, yo propondré dar un paso más y que también lo hagan los perros, gatos y resto de mascotas caseras y animales de granja y campo, pues ellos si que están desprotegidos por las leyes.

viernes, 17 de noviembre de 2006

El Calentamiento Global Tiene Algo Bueno.

Inicio este sitio con un pensamiento que me ha venido hoy a la cabeza. Es una idea que no es políticamente correcta. Todo el mundo está obligado a lamentarse ante los demás por lo malísimo que es el hecho de que la Tierra se esté calentando: que los mares suban de nivel, que en un futuro próximo nos falte el agua, que se deserticen grandes superficies…

A mí me encanta el buen tiempo. Soy un enamorado del calor estival. Hasta ayer al mediodía —15 de noviembre— la temperatura en Madrid ha sido veraniega. En mi infancia —principio de los cincuenta— recuerdo grandes heladas el 1 de este mes, el día de los Santos, en el que iba al cementerio con mi madre. Allí disfrutaba viéndoles colgar mocos de hielo a las narices de las estatuas de los ángeles; y jugaba arrancando los churretes helados que les caían de las manos. Huelga decir que me llevaban forrado de ropa: botas con piel por dentro, pantalones, calcetines, jersey y bufanda de gruesa lana; abrigo, pasamontañas… Y también recuerdo una frase de mi abuela: «En Madrid no hay otoño, el verano termina y empieza el invierno con el primer frío que viene sobre el día del Pilar [12 de octubre]»; y durante muchos años comprobé la realidad de esas palabras. Sin embargo ahora el calor se prolonga mucho más.

Y aunque haya que luchar para que nuestro planeta se enfríe —lo que comparto plenamente—, a mí me encanta el buen tiempo, soy un enamorado del calor estival. Siento mucho los grandes males que trae consigo el calentamiento terráqueo, mas para mí es una bendición disponer de un mes más de verano, así como disfrutar de inviernos primaverales. Y las cosas son como son. Aunque la cabeza esté en contra, los sentimientos no se pueden callar, por muy políticamente incorrectos que sean.