Inicio este sitio con un pensamiento que me ha venido hoy a la cabeza. Es una idea que no es políticamente correcta. Todo el mundo está obligado a lamentarse ante los demás por lo malísimo que es el hecho de que
A mí me encanta el buen tiempo. Soy un enamorado del calor estival. Hasta ayer al mediodía —15 de noviembre— la temperatura en Madrid ha sido veraniega. En mi infancia —principio de los cincuenta— recuerdo grandes heladas el 1 de este mes, el día de los Santos, en el que iba al cementerio con mi madre. Allí disfrutaba viéndoles colgar mocos de hielo a las narices de las estatuas de los ángeles; y jugaba arrancando los churretes helados que les caían de las manos. Huelga decir que me llevaban forrado de ropa: botas con piel por dentro, pantalones, calcetines, jersey y bufanda de gruesa lana; abrigo, pasamontañas… Y también recuerdo una frase de mi abuela: «En Madrid no hay otoño, el verano termina y empieza el invierno con el primer frío que viene sobre el día del Pilar [12 de octubre]»; y durante muchos años comprobé la realidad de esas palabras. Sin embargo ahora el calor se prolonga mucho más.
Y aunque haya que luchar para que nuestro planeta se enfríe —lo que comparto plenamente—, a mí me encanta el buen tiempo, soy un enamorado del calor estival. Siento mucho los grandes males que trae consigo el calentamiento terráqueo, mas para mí es una bendición disponer de un mes más de verano, así como disfrutar de inviernos primaverales. Y las cosas son como son. Aunque la cabeza esté en contra, los sentimientos no se pueden callar, por muy políticamente incorrectos que sean.
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